En Huánuco, el 22 de febrero de 1812, estalló un levantamiento calificado en su época como «Rebelión de Huánuco», involucrando acciones violentas como saqueos, degollamientos, canibalismo y una serie de desmanes que se fueron desencadenando a medida que los rebeldes fueron llegando a la ciudad. Si bien fue corta, aproximadamente un mes, tuvo un importante impacto, siendo el uso de la violencia una forma para lograr objetivos: el primero, ser una vía rápida para que se cumplan sus exigencias, como la caída de las malas autoridades y la mejora de su situación económica; el segundo, demostrar —por lo menos simbólicamente— que se estaba logrando el triunfo al margen de lo material.
De esta manera, estas acciones no fueron irracionales o producto de los efectos del alcohol y la barbarie; en realidad, se trató de una práctica recurrente en otros levantamientos andinos, donde se mezcló la violencia con las danzas y festejos. Por tanto, lo que se observa en esta rebelión es la cultura política de los sectores populares en los Andes, la cual pasó a ser conocida por todos los estamentos sociales, por lo que cuando llegaron San Martín y Bolívar, buscaron evitar la activación de esta lógica impidiendo el liderazgo indígena y demostrando que antes de 1821, en el Perú, existió una actividad regional frente al gobierno español. En realidad, la independencia fue un proceso más largo de lo que estamos acostumbrados a creer.
Crespo y Castillo era un criollo natural de la misma ciudad, y se trataba de un importante y solvente empresario agrícola y minero, que ocupó cargos políticos como regidor y síndicio procurador. ¿Qué era un síndico procurador?, pues se trataba de lo que ahora sería el abogado de la municipalidad.
En el acto también participó Norberto Haro, un curaca huanuqueño que también era denominado como Tupa Amaro por los indígenas locales. Además, a él se sumó José Rodríguez, alcalde de Huamalíes.
Contexto de la Rebelión de Huánuco
Ahora bien, ingresando al contexto histórico del Virreinato del Perú, se debe señalar que desde el siglo XVIII, se aplicaron las reformas borbónicas, las cuales afectaron a todos los súbditos. Además, hacia 1808, se inició la crisis de la corona española -por la invasión de Napoleón- que generó “el espíritu juntista” en América y develó el descontento reinante. Huánuco, fue afectada por ambas circunstancias alentándose a la rebelión de 1812. De esta manera, tres factores la encauzaron: económicamente los chapetones, representados por autoridades como los subdelegados peninsulares Diego García de Huánuco y Alonso Mejorada de Panataguas, pasaron a controlar el tabaco, principal negocio de los criollos, y la venta de productos como la coca, perjudicando a los indios. A nivel político, estas autoridades fueron vistas como abusivas, ya que brindaban beneficios a los peninsulares, como la familia Llanos, por lo que el cabildo de criollos los rechazaba.
El último factor, fue el tomar conocimiento que el rey Fernando VII, no estaba en el trono, lo cual generó una serie de rumores, cuestionamientos y un imaginario político donde la población empezó a creer que un Inca iba a tomar el poder. Sin embargo, esto último no nos debe hacer pensar que la rebelión de Huánuco fue un movimiento que buscó restaurar el Tahuantinsuyo o un gobierno independiente. Teniendo en cuenta las declaraciones del cura Ignacio Villavicencio “la insurrección no ha sido contra el Estado ni la Monarquía, sino contra los chapetones que tiranizaban y robaban a los indios”, por lo que los poderes debían pasar a los criollos (CDIP, Tomo III, Vol. I, p. XXXVII). Es decir, este levantamiento fue contra las malas autoridades y no planteó la destrucción del poder monárquico, siendo la apelación a la figura del Inca una estrategia para convocar principalmente de manera simbólica a la población andina, utilizada por los diversos líderes como los curas, autoridades criollas, alcaldes indios y la población interesada en que se lleve a cabo.
Desarrollo de los hechos
Juan José Crespo y Castillo representó el sentimiento de descontento tanto de criollos como de indígenas frente a las medidas tributarias y de control fiscal dictadas por el gobierno virreinal. Con apoyo masivo de indígenas de Panatahuas, Huamalíes, Huánuco y otras poblaciones, y con la adhesión de sectores criollos, el movimiento de protesta tomó control de la ciudad de Huánuco el 22 de febrero de 1812, siendo elegido algunos días después Crespo y Castillo como jefe político y militar. Un mes después, el Virrey Abascal decidió contrarrestar el movimiento insurgente y envió a José Gonzales de Prada, Intendente de Tarma, con hombres que pudieran hacer frente a las huestes de los rebeldes huanuqueños.
Tras perder la batalla de Puente de Ambo, en marzo de 1812, frente a las tropas realistas, habiéndose causado la muerte de cientos de indígenas rebeldes, Crespo y Castillo, juntamente con el alcalde de Huamalíes José Rodríguez y el curaca Norberto Haro, fueron enjuiciados y ajusticiados en Huánuco con pena de garrote, en setiembre de 1814.
La importancia de esta rebelión es que se trató de una primera revuelta regional en el centro del país, fuera del territorio sureño donde el sentimiento de autonomía se fue haciendo cada vez más evidente. Esto era el reflejo de la consolidación de una identidad criolla y de la apropiación regional de las ideas liberales.